Las cicatrices de Hiroshima. Por Japón (6)
Estos días aciagos en que apenas estoy generando información (a no ser que dedique un post a antros y tugurios cavernosos de Londres) van a ser la oportunidad perfecta para recortar diferencias con lo que me quedaba colgando desde hace más de un año y en un afán por terminar lo empezado volvemos al país que ve al Sol nacer. Quedaban muchas fotos e historias en la memoria y aunque ya deformadas por el paso del tiempo, voy a intentar bucear un poquito y ver que encuentro.
Además de que me lo he pasado bastante bien acordándome de todo y eligiendo las fotos resultará complicado hasta para los habituales el cuadrar donde estabamos y por donde lo dejamos. Se os anima, amigos kamikazes a darse a la etiquetita de Japón para refrescar la memoria. Cosa que yo ya he hecho. Que no sabía ni donde tenía los apuntes. Y ahora, si tenéis a bien y me perdonais la falta de novedades, retomamos las experiencias japonesas.
Llegué a Hiroshima tras un madrugón y recorrer vía Shinkansen las casi cinco horas y 700 km que loa separaban de Tokio. Recuerdo que me pareció un lugar tranquilo, sosegado, sobre todo tras salir de la caótica y acelerada capital. Calles anchas y olor a mar. Lamentablemente no es esa tranquilidad la que hizo famosa a Hiroshima. El 6 de Agosto de 1945 se convertía en la primera ciudad bombardeada por una bomba atómica. 120.000 de los 450.000 habitantes murieron y otros 70.000 resultaron heridos más los que además presentaron los efectos secundarios de estar sometidos a la radicación. Junto con la devastación de Nagasaki, esto supuso la rendición incondicional de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
A las 8.15 de la mañana, tres kilómetros a la redonda quedaron instantemente arrasados, bajo una temperatura de 50 millones de grados, volatilizando todo a su paso, mientras una enorme nube, el famoso hongo, ascendía en una columna de vacío consumiendo oxígeno y pudiendo verse a kilómetros de distancia. La explosión duró 5 segundos pero no acabó todo ahí. Media hora más tarde, una lluvia negra, formada por los restos carbonizados y restos de material radiactivo, absorbidos por la columna de vacío, comenzó a caer. Desolación. Esta lluvia siguió cobrándose vidas mucho tiempo después.
Hiroshima se reconstruyó al acabar la guerra. Se reconstruyó con la idea de que nada más volvería a crecer allí. Sin embargo, al cabo de un año con la llegada de la siguiente primavera, tres árboles dados por muertos comenzaron a brotar. Fue un hecho que lleno de coraje y esperanza a un pueblo y una ciudad abocadas a vivir sin quererlo. Hoy en día, estos árboles, conocidos como árboles Fénix, siguen dando semillas que se van repartiendo por el mundo.
Estos árboles ya forman parte del Hiroshima Peace Memorial Park, donde un museo y un enorme parque recuerdan este trágico episodio. En el centro del parque una llama lleva ardiendo desde 1964 y seguirá haciéndolo hasta que todas la bombas nucleares del planeta sean destruidas y se elimine la amenaza de aniquilación nuclear. Me da pena, observando los últimos acontecimientos globales, pensar que no veremos como esa llama se apaga en lo que nos queda de vida.
Al final del parque, siguen en pie, los escombros de la cúpula de Gembaku, que fue el único edificio que se mantuvo en pie tras la explosión. Allí seguirá recordando otro de esos episodios de la historia de la humanidad que no deben ser olvidados.
Me gustaría además contaros la historia de Sadako Sasaki, una niña de Hiroshima que sobrevivió al estallido cuando tenía 2 años pero a los 11 años se le detectó una leucemia, producto de las radiaciones. Ya hospitalizada, una amiga le regaló una grulla de papel. Le contó la leyenda de alguién que hizo mil grullas de papel y a quién los dioses le concedieron un deseo.
Sadako, esperanzada, pidió por ella, por volver a correr y por todas las víctimas del mundo, pero aún así y tras 14 meses en el hospital murió habiendo llegado a conseguir 644 grullas. Sus compañeros de escuela, tras su muerte, completaron las que faltaban para llegar a las mil. Curiosamente, tuvo tiempo para hacerlas todas, pero no tuvo papel. Usaba recetas, papeles, cualquier cosa, pero no fue suficiente.
Hoy en día dentro del Memorial Park, una estatua la recuerda, mientras el parque se llena de grullas de colores, que llegan cada día de colegios de todo el mundo.
Desde que se reconstruyó Hiroshima, sus Alcaldes mandan una carta cada vez que una bomba atómica se detona en el planeta, con la esperanza de que cada carta sea la última.
Además de que me lo he pasado bastante bien acordándome de todo y eligiendo las fotos resultará complicado hasta para los habituales el cuadrar donde estabamos y por donde lo dejamos. Se os anima, amigos kamikazes a darse a la etiquetita de Japón para refrescar la memoria. Cosa que yo ya he hecho. Que no sabía ni donde tenía los apuntes. Y ahora, si tenéis a bien y me perdonais la falta de novedades, retomamos las experiencias japonesas.
Llegué a Hiroshima tras un madrugón y recorrer vía Shinkansen las casi cinco horas y 700 km que loa separaban de Tokio. Recuerdo que me pareció un lugar tranquilo, sosegado, sobre todo tras salir de la caótica y acelerada capital. Calles anchas y olor a mar. Lamentablemente no es esa tranquilidad la que hizo famosa a Hiroshima. El 6 de Agosto de 1945 se convertía en la primera ciudad bombardeada por una bomba atómica. 120.000 de los 450.000 habitantes murieron y otros 70.000 resultaron heridos más los que además presentaron los efectos secundarios de estar sometidos a la radicación. Junto con la devastación de Nagasaki, esto supuso la rendición incondicional de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
A las 8.15 de la mañana, tres kilómetros a la redonda quedaron instantemente arrasados, bajo una temperatura de 50 millones de grados, volatilizando todo a su paso, mientras una enorme nube, el famoso hongo, ascendía en una columna de vacío consumiendo oxígeno y pudiendo verse a kilómetros de distancia. La explosión duró 5 segundos pero no acabó todo ahí. Media hora más tarde, una lluvia negra, formada por los restos carbonizados y restos de material radiactivo, absorbidos por la columna de vacío, comenzó a caer. Desolación. Esta lluvia siguió cobrándose vidas mucho tiempo después.
Hiroshima se reconstruyó al acabar la guerra. Se reconstruyó con la idea de que nada más volvería a crecer allí. Sin embargo, al cabo de un año con la llegada de la siguiente primavera, tres árboles dados por muertos comenzaron a brotar. Fue un hecho que lleno de coraje y esperanza a un pueblo y una ciudad abocadas a vivir sin quererlo. Hoy en día, estos árboles, conocidos como árboles Fénix, siguen dando semillas que se van repartiendo por el mundo.
Estos árboles ya forman parte del Hiroshima Peace Memorial Park, donde un museo y un enorme parque recuerdan este trágico episodio. En el centro del parque una llama lleva ardiendo desde 1964 y seguirá haciéndolo hasta que todas la bombas nucleares del planeta sean destruidas y se elimine la amenaza de aniquilación nuclear. Me da pena, observando los últimos acontecimientos globales, pensar que no veremos como esa llama se apaga en lo que nos queda de vida.
Al final del parque, siguen en pie, los escombros de la cúpula de Gembaku, que fue el único edificio que se mantuvo en pie tras la explosión. Allí seguirá recordando otro de esos episodios de la historia de la humanidad que no deben ser olvidados.
Me gustaría además contaros la historia de Sadako Sasaki, una niña de Hiroshima que sobrevivió al estallido cuando tenía 2 años pero a los 11 años se le detectó una leucemia, producto de las radiaciones. Ya hospitalizada, una amiga le regaló una grulla de papel. Le contó la leyenda de alguién que hizo mil grullas de papel y a quién los dioses le concedieron un deseo.
Sadako, esperanzada, pidió por ella, por volver a correr y por todas las víctimas del mundo, pero aún así y tras 14 meses en el hospital murió habiendo llegado a conseguir 644 grullas. Sus compañeros de escuela, tras su muerte, completaron las que faltaban para llegar a las mil. Curiosamente, tuvo tiempo para hacerlas todas, pero no tuvo papel. Usaba recetas, papeles, cualquier cosa, pero no fue suficiente.
Hoy en día dentro del Memorial Park, una estatua la recuerda, mientras el parque se llena de grullas de colores, que llegan cada día de colegios de todo el mundo.
Desde que se reconstruyó Hiroshima, sus Alcaldes mandan una carta cada vez que una bomba atómica se detona en el planeta, con la esperanza de que cada carta sea la última.
9 comentarios:
Que hermosura por dios... que post mas bonito!
Lo malo es que se nos olvida, pero si...ojalá sea la próxima bomba que denoten la última...
Besicos
Sin duda es lo que todos queremos, pero la cosa está un poco chunga, Rusia, Irán, etc. parece que al menos quieren mantener la amenaza.
Por cierto, por la pérfida las cosas van de escándalo, y tú aportaste tu granito de arena ;-)
Saludos!
La piel de gallina. Una pena que esa llama siga quemando, sí.
Belén, es supongo una historia bastante útopica y creo que eso la hace tan bonita y tan triste.
Jazzman, incluyamos también a los EEUU, UK, etc...
(por cierto, que me alegro mucho que estes disfrutando de la isla!).
Japogo, exactamente. No está mal por lo menos, el recordar la historia de vez en cuando.
¡Compañero de las fotos lindas!
¿Cómo va tu búsqueda?
(pelos de punta de pensar en Hiroshima :( ... )
Va tirando, sin novedades en el frente!!! Seguimos informando!! :)
Impresionante la historia de los árboles y la niña.
Besos.
Excelente post
:D
Gracias!!! :)
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