The Chutoro Quest
Tiro riro riiiii.... ro ri roooooo
Entraron en el sushi bar y se hizo el silencio. Los locales elevaron ligeramente la cabeza de sus platos y miraron desconfiados a los gaijines que acaban de entrar. Un pequeño arbustillo cruzaba la calle revoloteando tras las siluetas de los recién llegados.
Los intrusos echaron una ojeada rápida al local y se acercaron a una mesa mientras una camarera menuda se les acercó a paso ligero enarbolando una libreta acompañada de un boli negro. Tras la barra, el chef con un trapo al hombro secaba algunos vasos mientras observaba la escena expectante.
- Sumimasen - dijo uno de ellos inclinándose hacia la camarera - chuutoro, hachijuu ko onegai shimasu.
Había hablado, pronunciando las palabras olvidadas que no se habían oido en mucho timpo. Los presentes se estremecieron y se apresuraron a acabar sus bebidas para alejarse de allí cuanto antes, mientra el chef hacía crujir sus dedos y gritaba un "Hai!! Domo!!!" ronco y grave y comenzaba su actividad frenética tras la barra.
Y allí sin inmutarse mientras acompañaban la espera con sendas cervezas, los extraños empezaron a recibir, no uno...
... ni dos...
... ni tres...
...si no cuatro.
Cuatro enormes platos que contenían 80 chutoros. Una de las partes más sabrosas del atún que había movido la búsqueda y ahora una vez hallada se degustaba deshaciéndose contra el paladar como el magnífico manjar que era.
Comieron como si fuera una boda, se atrevieron a añadir aún algo más de salmón y se sintieron satisfechos, plenos... y en pleno génesis empachil preguntaron a la camarera:
- ¿Cúal es el máximo de chutoros que podéis preparar?
La camarera, se volvió, miró al chef, intercambiaron algunas palabras ininteligibles y sin alterar la voz dijó:
- Dos mil.
Mierda.
Todavía quedaba mucho margen para la mejora.
Entraron en el sushi bar y se hizo el silencio. Los locales elevaron ligeramente la cabeza de sus platos y miraron desconfiados a los gaijines que acaban de entrar. Un pequeño arbustillo cruzaba la calle revoloteando tras las siluetas de los recién llegados.
Los intrusos echaron una ojeada rápida al local y se acercaron a una mesa mientras una camarera menuda se les acercó a paso ligero enarbolando una libreta acompañada de un boli negro. Tras la barra, el chef con un trapo al hombro secaba algunos vasos mientras observaba la escena expectante.
- Sumimasen - dijo uno de ellos inclinándose hacia la camarera - chuutoro, hachijuu ko onegai shimasu.
Había hablado, pronunciando las palabras olvidadas que no se habían oido en mucho timpo. Los presentes se estremecieron y se apresuraron a acabar sus bebidas para alejarse de allí cuanto antes, mientra el chef hacía crujir sus dedos y gritaba un "Hai!! Domo!!!" ronco y grave y comenzaba su actividad frenética tras la barra.
Y allí sin inmutarse mientras acompañaban la espera con sendas cervezas, los extraños empezaron a recibir, no uno...
... ni dos...
... ni tres...
...si no cuatro.
Cuatro enormes platos que contenían 80 chutoros. Una de las partes más sabrosas del atún que había movido la búsqueda y ahora una vez hallada se degustaba deshaciéndose contra el paladar como el magnífico manjar que era.
Comieron como si fuera una boda, se atrevieron a añadir aún algo más de salmón y se sintieron satisfechos, plenos... y en pleno génesis empachil preguntaron a la camarera:
- ¿Cúal es el máximo de chutoros que podéis preparar?
La camarera, se volvió, miró al chef, intercambiaron algunas palabras ininteligibles y sin alterar la voz dijó:
- Dos mil.
Mierda.
Todavía quedaba mucho margen para la mejora.